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Por: Andrea Martínez Rodríguez *

Cuando le digan que el plátano está caro, piense en esta historia y pague con amor el trabajo de meses de nuestros campesinos. Lea con entusiasmo mientras se come unas tajadas amarillas o unos crocantes patacones.

Montelíbano, Córdoba. “De pasos de elefante… despacio, pero fuerte”, dice Sixta mientras camina por la tierra enlodada de la vereda Sanandreses, en su natal San Francisco del Rayo, corregimiento de Montelíbano, municipio de Córdoba.  Sixta lleva por segundo nombre Judith y por descendencia los apellidos de sus padres: Yánez Padilla. Nació en el año 75, y tiene 48 “febreros de vida”, como dice. Veinticinco de ellos, los ha dedicado a cultivar su parcela: La Platanera, que es su sustento y su razón para luchar por sus hijos, las bendiciones que Dios le ha regalado.

La lista es larga, pero con nombres cortos, tiene nueve hijos:  siete hombres y dos mujeres: Mario, Duban, Dainer, Kamet, Karoll, Valentina, Joseph, Elian y Jherad; el mayor con 28 años y la menor con 11. Algunos de los nueve hijos asentados en otras ciudades viviendo su vida lejos de su madre y padre, quien es docente, y otros en Montelíbano. Los días de Sixta, transcurren entre hojas de plátano, racimos y los viajes sufridos por las vías, porque apenas cae agua del cielo, se vuelven jabón, se ponen resbaladizas e incluso peligrosas a la hora de salir a llevar sus bultos de plátano hasta Planeta Rica.

“Si volviera a nacer, volvería a ser campesina. Yo soy como las aves, me gusta el campo, me gusta la libertad. A mí me gusta mi platanera, algo si le digo, el día que mis pies y mis manos no me sirvan para trabajar en mi parcela, hasta ahí entrego el legado”, mira el cielo y repite, “el día que mis manos y mis pies no me funcionen… pero mientras tanto mi felicidad es el campo y la platanera. Como dice un amigo: yo soy planicultor”, comenta Sixta y sonríe.

Estar en el campo y trabajar en él le genera felicidad a Sixta y eso se ve en cada momento del día.

Sixta Yánez es una de las matronas de su vereda, que no sobrepasa las 84 familias, donde habitan unas 360 personas. Ella es delegada del Grupo Motor de Montelíbano, en el sur de Córdoba, que se formaron por primera vez a través de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (Pdet) en los Sanandreses, con lo que se busca hacer seguimiento a lo acordado con las comunidades.  Sixta, junto a 16 delegados de su municipio, iniciaron el proceso de formulación de iniciativas para mejorar su calidad de vida en el campo y transformar su territorio, uno de los objetivos de la firma del Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y la extinta guerrilla de las Farc.

En la actualidad, también hace parte de varias asociaciones productoras de plátano, que le han permitido darse a conocer en la región y liderar procesos de producción rural.

El machete es la principal herramienta del trabajo que realiza Sixta en su Platanera, por eso la acompaña siempre.

Producción semanal

Dicen que la vida te da lo que cosechas, pero a ella la cosecha se la dan sus manos; su producción es de dos bultos cada 10 o 15 días, dependiendo como se comporten las matas al parir. Ciento veinticinco plátanos echa en los costales. Los corta con machete y los va juntando de gajo en gajo a orilla de cada paso del arroyo, un cuerpo de agua que atraviesa en forma de culebra cuatro veces el territorio de Sixta, los pasa de ronda en ronda, echándose los racimos al hombro y atravesando el arroyo hasta llegar a su casa, con paso de elefante… “despacio, pero con fuerza”.

“Los lunes fumigo, el miércoles limpio lo que el sueste (vendaval) se lleva, las matas que tumba, y así me voy organizando. Después debo cortar el plátano, ir y venir llevando los gajos por el arroyo, como 8 o 10 veces debo atravesar el sanandreses, luego los lavo, los envuelvo y busco el burro para que me lo saque de la vereda hasta el pueblo. De ahí toca pagar un carro que lo lleve a Planeta y poder venderlo”, cuenta la campesina.

Sixta es fuerte, con una fuerza que solo da el campo, pero cuando recuerda lo que pasó el 31 de marzo de 2020, no puede evitar desencajar sus hombros, entrelazar sus manos nerviosas y limpiar de su rostro las lágrimas. Ese día, su casa de tabla y zinc, se convirtió en escombro y ceniza. El fuego consumió la vivienda de seis cuartos, sala, cocina, también sus ropas y enseres. “Un corto”, me dice mientras va perdiendo la fuerza en su voz. “Yo salí a Oscurana, donde vive mi mamá, y de regreso vi una humarada, y dije ¿quién está quemando?… ahí me llamó mi hermana, era mi casa la que se había incendiado”.

Cuando Sixta Judith Yánez Padilla regresó a su parcela, se arrodilló en el pasto y llorando le dijo a Dios, “Gracias por qué no te llevaste a mis hijos”. Para ella, hablar de lo sucedido es doloroso. Aunque asegura que lo material se recupera, su vida se partió luego de la pérdida de su casa. Los marranos, las gallinas y los patos que antes recorrían el lugar, ahora solo hacen parte de sus recuerdos.

Para los campesinos colombianos y mucho más para las campesinas colombianas no es fácil comercializar su producción, porque además de quedar expuestos a los intermediarios que quieren pagar lo que se les antoja ventajoso para ellos, también deben superar las dificultades de transporte de llevar el producto hasta los mercados urbanos donde se los compren.

“Shu, shu, ehhh”, va arreando el burro y lo pincha con una ramita en el lomo para que ande del platanal hasta el carro a sacar el producido. Son como 20 minutos de su parcela a la entrada. Hasta Arenoso como una hora por las condiciones de la vía. De Arenoso a Planeta Rica otra hora. Así viaja del platanal a la ciudad ‘la mano de plátano’ que usted le compra al carretillero, por eso Sixta sueña con que sus vías mejoren, para que su producción sea más eficiente y rentable.

Como ella, son cientos las mujeres campesinas que luchan y se esfuerzan en medio de la resiliencia, pese a las adversidades y desafíos de los territorios. Amando la tranquilidad de la ruralidad, la paz que da el campo, pero trabajando duro para que los alimentos que usted y yo consumimos puedan llegar frescos y de buena calidad hasta su casa.

Adiós dice Sixta Yánez, con las mejillas coloradas y la sonrisa de oreja a oreja… Y recuerde señorita “Hasta que mis pies y mis manos me dejen…”.

*Periodista Pdet Sur de Córdoba

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