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Redacción. Llegar en canoa a un pueblo que flota no es una fantasía: es el día a día en Buenavista y Nueva Venecia, dos comunidades palafíticas de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Entre pasillos de agua, manglares que sostienen la pesca y cocinas de leña que perfuman el aire, la gente recibe a quien llega con una invitación clara: conocer, aprender y cuidar. Eso es lo que, desde 2023, viene impulsando el proyecto Paisajes Sostenibles, desarrollado por la alianza entre la FAO y la Unión Europea con Invemar, que ha transitado del “turismo de paso” a un modelo hecho por la comunidad y a favor del manglar.

“Aprendimos que lo que tenemos vale y que hay que cuidarlo y compartirlo con respeto”, resume Gabriela Mejía, guía local y lideresa de Viajando con Gaby. Su voz abre la puerta -de agua- a un turismo que se vive haciendo: no son paseos rápidos, sino jornadas para entender por qué el manglar es un “bosque anfibio” que protege la vida y la economía. En la Ruta de la Restauración, las personas visitantes escuchan una charla breve sobre biodiversidad y amenazas, trabajan en el vivero comunitario y siembran plántulas; al final, reciben un distintivo simbólico de Guardián del Manglar y pasan por Ecopalermo para ver, sin tecnicismos, cómo la economía circular convierte residuos en recurso.

La música de la ciénaga corre por otra ruta: “Aves e historias palermeras”. Al amanecer, la canoa se desliza por el Caño Clarín; las garzas cruzan el espejo del agua, el guía señala huellas de cangrejo y un relato de memoria anfibia hilvana paisaje y cultura. A veces, la suerte regala el aleteo del colibrí ventrizafiro -símbolo de la fragilidad y la belleza del territorio-. La jornada cierra con cocina tradicional: bollos de mazorca, pescado del día y una conversación franca sobre cómo se pesca, qué se conserva y por qué.

Se prepararon para ser anfitriones

Ese giro -de espectadoras a anfitrionas- no llegó solo. Paisajes Sostenibles combinó formación en guianza, servicio, costeo y seguridad con dotaciones (cocinas, mobiliario, equipos para separación y aprovechamiento de residuos) y mentorías empresariales para fortalecer la oferta. Se sumó la conectividad: hoy muchos servicios se coordinan por WhatsApp, se publican en redes y se confirman con antelación. La diferencia es concreta: itinerarios claros, grupos mejor atendidos, compras locales verificables y operación responsable.

En la cocina de Paraíso Veneciano, Elsy Rodríguez cuenta la transformación con la precisión de quien hace cuentas y sazona con memoria. “Aprendimos a costear, a armar menús y a recibir grupos. Con el proyecto pude ir a Anato, hacer contactos y ahora vendo paquetes con tiempo”. El salto digital fue decisivo: “Con internet confirmo reservas en minutos; ya no espero a que ‘caiga’ la lancha”. Su restaurante genera empleo para mujeres de la zona -una cocina, otra atiende, otra lleva inventario- y se volvió aula viva: “Cuando llegan, aprenden por qué cocinamos con leña, de dónde viene el pescado y cómo cuidamos el manglar. Eso también vende y educa”.

Las comunidades palafíticas te reciben para aprender, disfrutar y cuidar juntos este territorio vivo.

El agua también se convierte en memoria tangible en las manos de Edrulfo Pacheco. Donde antes había troncos que taponaban caños, hoy hay canoas en miniatura y piezas talladas que caben en las manos. “Para nosotros, la canoa son los pies: con ella se estudia, se pesca, se enamora”, dice, lijando hasta que la madera brille “como el agua al amanecer”. Con el acompañamiento del proyecto aprendió a seleccionar y curar madera, a fijar precios, a exhibir y a contar la historia detrás de cada pieza. El resultado es triple: se liberan caños, se reduce residuo y se crea ingreso. Y si un joven se acerca y pregunta “¿me enseña?”, Edrulfo siente que no solo vendió artesanía: sembró oficio y orgullo.

La música también suma. En Buenavista, el Congo Buenavistero reactivó cantos, tambores y vestuarios del Caribe. Su presentación -con taller participativo de tambores y danza- se integró como módulo cultural para el cierre de “Sabores y sonidos palermeros” o el atardecer de “Aves e historias palermeras”. La ecuación es sencilla y poderosa: cada función remunera a familias de artistas y convierte la visita en un intercambio vivo de identidad y conservación.

Apuesta generacional con el cambio

Detrás de las escenas quedaron apuntes útiles para quien mire este modelo con lupa. Mentorías empresariales que terminaron en un premio internacional (Turismo Responsable, plata, 2024); 14 organizaciones locales de 7 corregimientos en los municipios de Sitio Nuevo, Pueblo Viejo y Ciénaga, con más de 180 familias vinculadas a la iniciativa del turismo comunitario, con la convicción de que el turismo no reemplaza la cultura; la visibiliza con reglas claras -precio justo, compra local, protocolos de residuos- y con una narrativa que explica por qué cada práctica importa.

Para Gabriela, el cambio también es una apuesta generacional. “Varias y varios jóvenes ya no quieren irse: ven que aquí hay oportunidad si la construimos en colectivo”. Esa es la energía que siente quien participa en la siembra o en un taller de cocina: que cada gesto deja algo más que un recuerdo. De eso trata #HuellaPositiva: de medir el impacto que sí se puede contar -plántulas sembradas, residuos valorizados, empleos locales- y el que se siente en la piel -orgullo, pertenencia, relato propio-.

La oferta hoy permite armar un día completo o un fin de semana palafítico: amanecer con aviturismo interpretativo; visita a vivero y siembra en manglar; paso por Ecopalermo para ver economía circular sin tecnicismos; almuerzo con productos y saberes locales; y un cierre cultural con tamboras que invitan a bailar. Todo guiado por la gente que vive con el agua a la cintura y sabe explicar, sin perder la sonrisa, por qué un manglar sano es capital natural y seguro alimentario.

Donde antes había troncos que taponaban caños, hoy hay canoas en miniatura y piezas talladas que caben en las manos.

“Turismo y transformación sostenible”

En los pueblos palafíticos de la Ciénaga, esa transformación ya sucede: las comunidades diseñan experiencias, mejoran sus medios de vida y fortalecen su identidad mientras conservan los múltiples ecosistemas que les rodea. Visión que conecta con las apuestas de la FAO, pesca y turismo de naturaleza con pescadores en la Ciénaga (reduciendo presión sobre recursos y visibilizando buenas prácticas); agroturismo serrano con café de especialidad y apicultura; o circuitos de gastronomía con identidad. Cada experiencia integra tres llaves operativas que FAO promueve: compra local y precio justo, educación ambiental y cultural en la ruta, e indicadores de impacto. Así, viajar deja de ser solo desplazarse, se vuelve en corresponsabilidad con territorios que cuidan su naturaleza y su cultura.

Desde su mandato en sistemas agroalimentarios, la FAO impulsa el turismo como palanca de desarrollo rural diseñando, con las comunidades y no para ellas, experiencias que conservan paisajes, dignifican oficios y diversifican ingresos sin perder identidad. Iniciativas globales como las alianzas en territorios de montaña y los Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (Sipam) han mostrado que el binomio patrimonio agrocultural + turismo responsable crea valor real.

En clave del Día Mundial del Turismo 2025, este enfoque dialoga con el lema “Turismo y transformación sostenible“. Esta fecha destaca el poder del turismo como motor de cambio, a través de cada visita realizada, los turistas contribuyen con el impulso de economías locales, la construcción de sociedades más justas y una mayor sostenibilidad ambiental. Cada reserva financia a familias que viven del agua, visibilizan una cultura única y cuida un santuario de biodiversidad.

Con este marco global, cada reserva en las rutas comunitarias de los pueblos palafíticos no es solo una experiencia auténtica: aporta ingresos locales, visibiliza la cultura anfibia y cuida los manglares. ¡Súmate, viaja con y deja tu #HuellaPositiva!


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